La política de la violencia: la estrategia para volver a quitar a las mujeres del tablero para que siga el mismo juego a través de la violencia política

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Luciana Pécker

Periodista y activista feminista argentina


La incorporación masiva de las mujeres a la política hizo la diferencia. No solo se sumaron muchas que no estaban, se abrió la agenda de género a la discusión social, se votaron leyes contra la violencia machista y se empoderó a las que antes se debilitaba para que no llegaran. El arribo masivo de mujeres al poder cambió la idea de poder y, especialmente, del poder de transformación de la política. No fue sólo sumar, fue cambiar y confiar en que, en un mundo acorralado, la transformación todavía era posible. 

Las que parecían débiles se hicieron fuertes. No las violentaron por agachar la cabeza sino por subirla. Y por mostrar que se podía tener la frente alta y cuestionar a los que querían contaminar el río, cobrar por el juego clandestino en una favela, desempolvar al poder económico internacional o subir el dedo en un discurso. Subirlo demasiado alto. Incluso, si no las mataron, lo intentaron. Y a las que no eliminaron las sacaron o las limaron, erosionaron o afectaron tanto que decidieron correrse. 

Ofelia Fernández

La legisladora más joven de Argentina Ofelia Fernández, la voz de las estudiantes que pelearon (y lograron en el 2020) la legalización del aborto y denunciar a los profesores acosadores del colegio, es la oradora más fuerte en una campaña electoral donde el candidato con más votos en la primera ronda es el ultraderechista Javier Milei, nacido y criado en los brazos de Vox, pero Ofelia se quedó afuera de las listas y no es candidata a nada.

Ada Colau

En el 2021 Ada Colau, la primera mujer en lograr ser alcaldesa de Barcelona, se tuvo que ir de Twitter, cansada del odio y de ser culpada de todo y, en el 2023, terminó su mandato. ¿Decisión de los votos o imposibilidad de dar la batalla política sin soportar cantidades industriales de odio?

Jacinta Ardern

Jacinda Ardern renunció, en febrero del 2023, a ser primera ministra de Nueva Zelanda. Recién después de decirlo y decidirlo pudo dormir bien. Ella dijo que ya no tenía “suficiente en el tanque” para seguir en el cargo. Pero la pregunta es: ¿Quién lo tiene? ¿Qué tanque se le exige a las mujeres para ocupar lugares de poder? La ola de señoras, jóvenes, bolleras, bisexuales y trans que llegaban a ocupar cargos ya no es un horizonte promisorio. Ahora las corren o se corren las que no dan más, matan a las que incomodan, amenazan a las que tocan el poder real y el poder lo toman las mujeres convenientes para el poder inamovible y masculino. Las ¡Ay! sí, ya sabemos. Qué las (h)ay, las (h)ay. Y que las usan, las usan. Las Ayusan. 

Michelle Obama contó, en el documental Becoming, estrenado en Netflix en mayo del 2020, que se desilusionó con los votos de la gente joven al misógino de Donald Trump. Ella podría haber aspirado a la presidencia. Pero no quiso volver a disputar por otro round de la familia Obama en la Casa Blanca. Las que se bajan son una señal de alarma. 

No es lo mismo perder la vida que sobrevivir ni correrse a ser corrida.

Pero la violencia política ya no es una acción individual contra una, ni siquiera un accionar sistemático contra muchas. Ya es una revancha contra las mujeres alzadas del Siglo XXI, la luz verde que devolvió el erotismo de la política. 

La piña contra las que lucharon contra los golpes masculinos generó la vuelta a los recelos de las que quedan entre ellas, las críticas a las que están más fuertes que a los que siempre estuvieron y el surgimiento de villanas que llegan a desterrar a las mujeres como movimiento de transformación y a quedarse ellas con la corona de ser las únicas a las que les entra el zapatito de las Cenicientas partidarias, que no pisan a los príncipes y que no quieren representar ni sentirse representadas por sus hermanas. 

La violencia política no es una amenaza, es una bala ya disparada, penetrada, astillada en el cuerpo social en donde las mujeres y las diversidades sexuales acuerparon otros modos de hacer política. La respuesta “Si tocan a una saltamos todas” fue insuficiente y -como casi todos los lemas voluntaristas que intentan proponerse superar la muerte- ficticios. Tocaron a muchas y no saltaron todas. 

La violencia política genera miedo y tiene efecto. La respuesta no es creer que se la puede superar como si no existiera sino generar más escudos, crear más formas de protección, desestimar las peleas internas, seguir fortaleciendo a las más sensibles, no juzgar a las más fuertes y sostener a las que están (en la política, en el periodismo, en el ambientalismo, en el deporte y en la cultura): sostener y  sostenernos. No soltar la mano ante el gatillo que dispara o el troll que acribilla ante cada poro de una mujer o una trans o una bollera o un no binarie que se anima. No soltar. No soltarnos. Sostener. Sostenernos. No juzgar. No juzgarnos

La violencia política contra las mujeres se expresa de una forma en España y, de otra, en América Latina, pero se financia, se inventa, se exporta y se vuelve un globo desde y a toda Hispanoamérica. Las diferencias no son menores. Los países con herencia de dictaduras, represión social a la protesta social, falta de libertad de prensa, endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional, crimen organizado, narcotráfico, inflación del 124% anual, gobiernos no electos por el pueblo, poder legislativo disuelto, poder judicial destituido, sicariato y paramilitares o milicias paralelas son mucho más peligrosos para las mujeres a las que llegan a matar o que saben que pueden terminar -efectivamente- muertas, lastimadas, enjuiciadas, con un familiar amenazado, sin trabajo o marginadas. 

No podemos seguir atando los cabos sueltos sin ver el mapamundi de la organización de la extrema derecha de los anti derechos y entender que la última amenaza a la política de la resignación y la nostalgia fue el aluvión de mujeres que llegaron para cambiarlo todo hasta que sintieron el gatillo sobre sus cabezas y los dedos marcados sobre sus cuerpos solitarios, soltados y señalados. 

La violencia política es una forma de organizar la violencia contra la política de la transformación protagonizada por mujeres.

La violencia política ya ganó la partida. Ya subió otras damas de hierro (como antes se le decía a Margaret Thatcher) y ahora podrían ser las damas del gas, del petróleo, del litio, del agua, del acido hialurónico o del botox. 

Las nuevas Mrs. América, como el título de la serie inspirado en la norteamericana Phyllis Schlaflycomo que peleó para frenar la ratificación de la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA), aprobada por el congreso de Estados Unidos, en 1971, aprovecharon, igual que ella, para ser la madre, la hija y la esposa de los machistas que solo respetan a las que llevan su sangre o a las que les sirven para sumar votos y decir lo que ellos si dicen quedan como señoros, pero que las damas ajetrean con un machismo subido a la paridad, los cupos o las acciones afirmativas que consiguieron otras para que sean muchas las que lleguen y no para que lleguen las que buscan frenar el impulso feminista. Ahora ser una mujer anti mujeres es una forma consolidada de hacerse un lugar entre machirulos que ya no podían solitos y necesitaban una señora que les haga el mandadito. O varias. Y en todas partes. 

La violencia política es la estrategia de Donald Trump (Estados UnidosI), Santiago Abascal (España), Javier Milei (Argentina), Jair Bolsonaro (Brasil) y sus secuaces en gobiernos nacionales, locales, oposición o redes digitales. La violencia política no es solo la respuesta a la transformación política feminista. Es una telaraña que no se puede quitar sin enfrentarse a ella. No es una bala aislada, un comentario despectivo o una campaña de desprestigio. Es una organización armada para utilizar todas las herramientas contra las que surjan, las que aguanten o las que se destaquen. No hay forma de sacarse el polvo, sin enfrentar de otro modo a la violencia como forma de acción política para que la política vuelva a estar inactiva o a regresar al pasado. Y el pasado, está claro, nunca es amigo de las que estuvieron peor cuando el reloj atrasaba.

Ahora están las víctimas, las desalentadas, las desplazadas, las vetadas, las sobrevivientes, las olvidadas, las corridas, las renunciadas, las procesadas, las amenazadas, las achicadas, las perdedoras, las resignadas y las que se erigen como las villanas para aplastar a las que resistan. 

En Argentina existían garantías democráticas que se rompieron, el 1 de septiembre del 2022, con la tentativa de femicidio político contra la actual vicepresidenta y ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El asesinato de la concejala Marielle Franco, el 14 de marzo del 2018, en Brasil y el crimen de la activista ambiental Berta Cáceres, el 3 de octubre del 2016, en Honduras generaron dolor, duelo y disciplinamiento. 

Artwork by Isa Villalon

Pero también un modus operandi de la violencia política extrema: una forma de sicariato político ligado a las corporaciones económicas, al poder conservador, que se exportó de Centroamérica a Sudamérica y que alecciona a las otras, no solo sobre la muerte, sino sobre el peligro, porque pone en peligro a todas, con diferencias territoriales y de metodologías, aunque se expresan en la revancha, en el retroceso y en el miedo. 

Sin embargo, las desigualdades entre América Latina y Europa no son solo de distancias, deudas y pobreza. Las dictaduras perduran en metodologías de dictaduras paralelas o revueltas a través del auge de los nuevos fascismos. La diferencia entre una sociedad todavía democrática y las democracias lastimadas no solo en las urnas sino en las reglas mínimas de convivencia laten en la imposibilidad de hablar, de contestar, de organizarse, de relatar y de permanecer con la llama encendida contra fantasmas que hoy ya están entre nosotras. 

La violencia política no es una amenaza potencial de producir daño, el daño está hecho y hoy vivimos el retroceso.

Puede ser peor, puede agravarse, pero no estamos frente a un escenario de mujeres llegando al poder sino de mujeres renunciando al poder. Y de un poder diluido en discursos que atacan cada una de las reivindicaciones feministas. 

Los costos son demasiado altos y las mujeres aúllan pero se corren de los lobos. Si en algún momento pareció que las mujeres se tenían que empoderar y que esa era la solución contra la violencia hoy vemos una reacción contra las mujeres que quieren y disputan el poder. Los efectos ya los sentimos y el desafío ahora es cómo frenar ese retroceso. 

En Argentina la periodista Florencia Alcaraz relató, en el libro “¡Que sea ley! La lucha de los feminismos por el aborto legal”, editado por Marea, que las mujeres que en los años 90’ aprobaron y disputaron el poder -el cupo femenino que fue del 30% y ahora ya es paridad- lograron la norma pero todas esas diputadas fueron castigadas y nunca más volvieron a ser diputadas. El #SeAcabo en España es un Me Too con el valor de enfrentar de cara al machismo, de hacerlo en su reino, el futbol, y de lograr la revitalización de un movimiento que puede lograr un triunfo que no es solo de un equipo sino de miles de niñas, jóvenes y mujeres en el mundo. Pero la decisión de no convocar, por parte de Montsé Tomé, a Jennifer Hermoso, con la excusa de “protegerla del ruido mediático”, a las prácticas de la selección española, vuelve a mostrar el resorte de la revancha. La sociedad se transforma. Pero las que la transforman son castigadas. 

La violencia política no solo se ejerce en la política, sino en todas las formas de hacer política, incluso, claro, en el deporte. El gran desafío es no solo transformar la historia, porque las mujeres ya historizaron la transformación y son perseguidas por las victorias. Igual que con la Copa del Mundo los logros se pagan caro y la persecución no es por el fracaso, sino por los exitazos. En el siglo XXI el único movimiento capaz de una transformación estructural exitosa de la humanidad fue el feminismo. 

¿Qué podemos proponer para seguir transformando, para frenar la violencia política o para disminuir sus resultados?

Hay que generar construcciones horizontales y colectivas de construcción política, pero no erosionar los liderazgos políticos, culturales y sociales de mujeres que se destacan. El sostén y la sororidad entre mujeres es fundamental. En un mundo donde la palabra es clave no hay que quitarle la voz a las mujeres que hablan, que escriben, que gestionan y que gobiernan. Eso no implica condescendencia. Pero sí sostener a las que llegan y promover que lleguen más, no repetir los modos masculinos autoritarios, pero tampoco hacer desaparecer a las que levantan la cabeza frente a un escenario de repliegue y revancha. Es imprescindible el auto cuidado entre mujeres para que no erosionen lo conseguido, para que el costo de estar no sea mayor que el de ser invisible, para que podamos seguir y para que no callen nuestra voz justo cuando se está escuchando y es la única que suena diferente a la cantinela de siempre.